jueves, 20 de diciembre de 2012

Show



Leí no hay clemencia para los que murieron asesinados. Y pensé, quién necesita clemencia cuando se está muerto.
Casi todo resulta absurdo, vegetando en una broma que se alarga más de la cuenta, véase Show de Truman, pero con más megapixeles. Como llegar a un sitio y que te pregunten: ¿ya estás aquí? 
(-No, venía a decirte que llegaré más tarde).

No tengo respuestas, pero porque no las quiero, ni las necesito. Vuelvo, vuelo, volatilizo, me voy. El caso es que a veces no estoy, y lo que menos importa es cómo me he ido. 

Bien, esto es un borrador de la nada. Tengo todo el derecho a escribir pensamientos deshilados que puedan parecer no decir una mierda, perdón, una caca. Igual que tú tienes todo el derecho a no leerlos, o a criticarlos. Obviamente si has llegado aquí, lo primero ya carece de sentido. Pero siempre puedes parar en este último punto. 

El otro día me compré un vestido después de mucho tiempo. Me quedaba bien. No necesité a nadie que me diera opinión, fui sola, lo elegí sola y lo pagué sola. Es bonito ser autosuficiente. Incluso para comprar vestidos. Sólo es un apunte. 

También me he dado cuenta de que ya no leo periódicos, creo que ni siquiera los releo, paso páginas porque me gusta el compás que se crea en la mesa al son que muevo el café. Leer el periódico es como si todos los días tuvieras un Déjà vu. ¿Cuántos árboles mueren para sangrentar esas bazofias? De todas formas llegados a este punto de miseria, a casi nadie le importan los árboles, eso era antes, cuando se podía tener casa-coche-viaje ymuchascosasmás a golpe de nómina y macetas avalistas. Ahora la cosa es que no te corten el paro. La solidaridad es para los ricos, o eso decía el cuponero de mi barrio.

La palabra bazofia es curiosa, BA-ZO-FIA. De pequeña la utilizaba mucho cuando mi madre hacía verdura. Ahora cuando voy a casa de mi madre le pido bazofia para comer. Porque ella me alimenta bien, porque las madres saben de eso. La mía es un desastre. Pero la quiero por diversas razones que no tienen nada que ver con haberme parido, se lo ha ganado. Le compraré un vestido.

Y bueno, mañana se acaba el mundo, así que me permito el lujo de publicar esto.  

Nos vemos en el limbo. 

lunes, 3 de diciembre de 2012

de volver


Nos habíamos citado a las 6 de la tarde, pero a las menos cinco los nervios ya me habían empujado a ser sorprendentemente  puntual ese día. Ella me abrió la puerta con una sonrisa y con la mano me invitó a pasar. Sentí un escalofrío al pisar de nuevo las losas color hueso y manzana. Mientras simulaba dejarme guiar  hacía lo que ahora era el salón de un gabinete de pedicura clandestino, recorrí de nuevo cada forma en la pared y cada grieta, la puerta del aseo continuaba ligeramente manchada por gotitas de amarillo limón. Sonreí agridulce por estar de nuevo allí "al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver", pero volví. 
Me ofreció café.
- ¿Tienes leche condensada?
- Sí.
- Entonces un bombón, gracias.
La acompañé a la cocina. Estaba igual, tan sólo faltaba la mesita donde hacía 3 años había desayunado durante 6 de mi vida. Seguían las sillas sin respaldo y las cortinas horteras que en su día me había regalado mi madre cuando me independicé. El reloj de números romanos aún estaba parado y el primer cajón del mueble continuaba sin pomo.
Tomamos café sentadas en la cocina sin mesa. Me contó que hacía un año la habían despedido del centro de estética donde trabajaba, que con la indemnización había pagado un año de piso y había comprado algunos artilugios para realizar por su cuenta su oficio. Era agradable, simplona pero curiosa, debía tener mi edad o quizá algún año más. Nunca me han gustado las personas que desde el primer momento tratan como si conocieran de toda la vida, sin embargo ella lo hacía con un toque descarado pero natural que no despertaba desprecio.
- ¿Por qué elegiste este barrio?
- Porque todos los balcones de las calles tienen flores y porque siempre huele a jazmín.
Cerré los ojos medio segundo, y ella no percató de que acababa de clavar un dardo en algún sitio de esos que hacen secar la garganta. Rehíce aquel día en el que él había venido a buscarme al trabajo diciéndome que  por fin había encontrado un piso ideal para nosotros, que sabía que me gustaría porque era un barrio tranquilo lleno de flores.
- ¿Estás bien?
- Sí... disculpa, el café quema un poco. ¿Puedo fumar?
- Si me invitas a uno sí, dejé de fumar hace tiempo, bueno más bien dejé de comprar jajajaja
- jajaja, el piso es bonito, tiene luz y es acogedor.
- Por eso lo elegí. Aunque quizá cuando cumpla el año me mude.
- ¿Por qué?
-  ... es algo extraño.
Sonreí,- Me gustan los extraños, y lo extraño.
- A veces pasan cosas raras.
- ¿Raras?
- Sí, por ejemplo, siempre que me ducho y el cristal del baño se empaña, aparece un nombre, Candela. Sé que no es nada del otro mundo, probablemente alguna vez lo pintaron con algún producto fuerte que con el  vapor sale de nuevo, no sé.
- Bueno siempre puedes cambiar el espejo, no creo que sea raro, será eso que dices.
- Lo he pensado más de una vez... quizá te parezca contradictorio, pero no quiero cambiar nada de esta casa, por alguna razón siento que las cosas deben estar en cada sitio según se dejaron. No sabría explicarte, pensarás que soy idiota.
- No.
- Yo no creo en fantasmas, no creo en dioses, y no creo en nada que no sea tangible. Pero cada noche desde que estoy aquí, sueño con la voz de un hombre que me dice que no debería haberme cortado el pelo, que le gustaba largo como cuando me conoció. Pero yo nunca he llevado el pelo largo.
- ¿Y la voz de tus sueños te dice algo más?
- Me dice que le lea. Que le vuelva a leer libros, que echa de menos mi voz. A mí no me gusta demasiado leer ¿sabes? mucho menos en voz alta.
- A mí me encanta leer en voz alta. Imagino que serán cosas del subconsciente.
- Supongo, ¿empezamos ya? tengo otra cita a las 7,30.
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Cuando terminamos,  me acompañó a la puerta, le dije que había quedado contenta con su trabajo y le pagué lo que pidió por ello, nos despedimos y sutilmente me invitó a que la recomendara a mis amigas, asentí y comencé a bajar las escaleras, cuando me dijo:
- Oye, no me acuerdo de cómo me dijiste que te llamabas.
- No te lo dije, pero me llamo Candela.- Y continúe bajando aquellas escaleras que mil veces había subido a oscuras, mientras él guiaba mis pasos y yo sus manos. 
- e.. espera .- la oí decir, retumbando su eco en el mármol. Pero ya había vuelto una vez y dos no eran necesarias.