No he
aprendido nada en este tiempo y sin embargo hay mañanas en las que miro a mi
izquierda y veo un orbe semi abierto que comienza. Hay mañanas que miro y eres
tú, y me sorprendo porque entonces soy yo y no hay vacío.
En el pasado busqué pegamento para
lo fragmentado, para el agujero negro que tragaba pieza a pieza, pelo a
pelo, célula a célula, gota a gota, víscera a víscera, carne a carne... de mí. Y
nació la capacidad de atormentarse a uno mismo durante eternos para llegar al fin de una
resolución, total, clara, lacónica. Volviendo a validar los componentes.
Ahora tengo de nuevo dos manos, dos pies, veinte
dedos, un corazón, unos 5 litros de sangre, una sonrisa. Oídos, boca, todo correcto. Lo necesario para hacerte feliz dentro de la infinidad estúpida de la palabra. Tengo
disposición y un contrato basura. Un techo, un cuerpo, cariño. Tengo un mundo que vuelve a fusionar. Un bizcocho en el horno que crece
saliéndose del molde, aromatizando a vida la casa. Pero sobretodo tengo el caos dentro del
orden. En el orden el motor del barco, en el barco
la conciencia de los impulsos, en los impulsos el control de un
cirujano que sabe sacar un corazón, cambiarle las bujías y ponerlo en su sitio de nuevo. En el corazón tengo el
temple de un asesino que aprieta un día más el gatillo sin saber a qué sabe la piel que roba. En la piel tengo el afloro de irresponsabilidad de un adolescente que fuga las clases
saltando las vallas del C.E.I.M. (Centro Educativo Incapacitador de Mentes) porque quiere ver con sus ojos qué hay detrás del muro. Y yo en los míos tengo lo que quiero ver porque con las manos derribé la pared.
Tengo al doctor Frankenstein reestructurándome de nuevo. Trabajando en la torre apartada de mi cerebro.