Entre moscas y calor, recuerdo aquellas tardes cuando la pequeña danzaba en el jardín mientras María y yo jugábamos a las cartas, apostándonos formas de nubes de una vida mejor que quizá nunca llegaría... Solía ganar yo, aunque ella lo hacía en otras cosas. Como las carreras de los martes para conseguir el mejor puesto, delante del nuevo cartero del pueblo. Aunque en realidad a mí me diese igual aquel muchacho, me gustaba competir con ella.
Al final un día, María, se tiró al cartero, y yo quedé sin poder jugarme las nubes ese martes. Más tarde vino a mí, pero yo no pisaba las losas de mi comadre por si acaso confundía las cartas de jardín.
Muchas primaveras antes de las tardes entre nubes, María se había quedado preñada con 16 años, no pudo abortar porque le faltaron 15.000 pesetas. En ese tiempo estaba tan penado abortar en tierras de dios como pedir dinero. A falta de los duros, tuvo una niña. La compensación fue extraña porque María era de esas mujeres, que de no haber sido así, nunca hubiera sido más madre que de una mochila y un mapa. En aquel entonces yo rondaba los 13 años, pero como casi todos los del pueblo, ya sabía fumar. Conocíamos a María porque nos regalaba tabaco de contrabando a cambio de ayudarla con el huerto.
No sé bien qué día, ella y yo nos convertimos en pilares mutuos. Pero sí cuando me salvó las bragas y la vida...
Corría yo un día sin colegio, con tres chicos del pueblo amigos de mis hermanos. Aquellos chicos me respetaban, pero habían robado vino de las bodegas de Paquín, y alcohol+culo joven, dictaba mucho del respeto, y más aún de las consecuencias en momentos de posible eyaculación no-pajillera. Quizá hubiera podido defender mi estampa por separado, pero eran tres y no uno y ése día yo llevaba falda. Pero María vino a mí, como Ulises a su Penélope, como caballo a su yonki. La recuerdo aparecer entre los matorrales, preñada hasta las cejas de unos 8 meses, la escopeta de su hermano, y el vestido remangado. Su voz chillando como una cerda en el matadero, sabiendo que no hubiera vacilado ni ante un ejército de 100 hombres, recuerdo el nítido del rojo de la sangre de Juan, el hijo del pescadero. "Por suerte" solo perdió 3 dedos, y yo mis medias de los días sin colegio.
María los hubiera matado a los tres de ser necesario, incluso si el arma no hubiera llevado balas, lo hubiera hecho a culatazos, y sé yo, como sabían ellos entonces, que ni su bebé hubiera temblado en sus entrañas. Porque María tenía cojones. Y siempre los tuvo.
Cuando la niña rondaba los 10 años, aún no había pasado ni un ápice de hambre. Aunque María y yo ya habíamos robado muchos tomates y saltado demasiadas vallas. Pero las cargas doblan espaldas, y María decidió cambiar de vida antes de partir la suya. Así, con la mano de su pequeña, como una extensión de su aire igual que un manantial de agua, como la sangre que perdió Juan aquella mañana.
Recuerdo que me apretó la cara y me dio las gracias. Memoro que yo, le apreté la mano y no dije nada. Pero mientras perdía sus siluetas en el andén, pensé que si el mundo hubiera tenido los cojones de María, todo nos hubiera ido mejor.
Tienes razón, aunque en parte esos cojones los aprendiste de cierta manera que ella portaba de forma natural.
ResponderEliminarSiempre hay que tener un Ulises asi en cada vida, para aprender desde la tribuna como manejar los hilos sin perder la compostura :D
Bien intensa la manera de narrar, me gusta.
ResponderEliminarSaludos
David
Por un momento me han venido a la cabeza las historias rurales de Miguel Delibes, con esos personajes endurecidos por la vida... con cojones vamos. Me a gustado mucho este relato. Besos.
ResponderEliminarExcelente existen muchas Marias, que pagan caro tantos cojones. ¿se supo algo de María despues?
ResponderEliminarDe pronto recorde "El color purpura" siempre el personaje que mas me dolio e impresiono es la nuera de la protagonista
María es una Diosa!!!
ResponderEliminarMe ha fascinado la historia.
Donde quiera que esté hará justicia.
Bien por ella.
Y bien por ti.
Besos.
y por que cojones en vez de ovarios?
ResponderEliminarCapi, pues no me toques lo ovarios jajajaja
Eliminarcojones suena mejor.
yo veo una posible novela.
ResponderEliminarpor que no la desarrollás?
me gustaría leerla en papel un día.
abrazo!
f
Me patrocinas? XD
Eliminarte leo, te hago de corrector de estilo, sintaxis y gramática, de consultor.
Eliminardespués vemos que editorial te lo pide.
dale!
despacito...
pero las editoriales luego lo joden todo... jeje
EliminarDos pedazos de ovarios, sí señora. Fascinante persona esta María, fuerte, noble, admirable.
ResponderEliminarCon dos cojones! ;)
ResponderEliminarMuy bueno.
Besos.
vos empezá y vamos viendo...
ResponderEliminarno es para hoy.
Si que tenia cojones la tía si. Debería haber muchas más Maria, sin duda todo iría muchísimo mejor.
ResponderEliminarLo que me encanta de tu escritura, son esos adjetivos que enfatizan la acción,esa sucesión de sustantivos que no la adornan ni la recargan, simplemente le dan un realismo imposible de repetir.
Embriagadoras tus letras, este relato es simplemente genial, desde la primera a la última letra.
Besitos mediterráneos.
Vine de rebote,María me atrapo, sin duda volveré.
ResponderEliminarHay situaciones en las que si no tienes cojones, no sobrevives, esa puede ser la diferencia entre unos y otros, y los que no los tienen no digan luego que ha sido suerte, no, han sido cojones.
ResponderEliminarSaludos y cojonudo relato.
También lo creo yo, Imilce.
ResponderEliminarMe consuela pensar que cualquier día vendrá por aquí y tal vez podamos dar unos cuantos tiros al aire para marcar territorio.
Besos
No dejo de saborear la fuerza en tus relatos... desarrollas el texto de maravilla y si pudiese te pediría algo más largo, quedo siempre con ganas de más.
ResponderEliminarBesos almendrados... y bipolares por supuesto. ;)
lo que le falta al mundo es eso
ResponderEliminarcojones
Más allá de todo lo superfluo, me queda la imagen de que por desgracia, hay situaciones en las que hay que actuar de manera extrema. Lo mejor, esa sensación de valor que nos hace esperar poder reaccionar así si las circunstancias lo exigen. Porque todos podemos enfrentarnos a lo que pueda venir, y nos lo has enseñado muy bien con esta María.
ResponderEliminarComo siempre, un abrazo en la distancia, amiga.
Conozco a pocas Marías y a pocos Marios. Llegar a esos extremos es consecuencia de haber vivido circunstancias terroríficas. En alguna ocasión he estado en una situación extrema y no se la deseo a nadie. Respecto al relato, magnífico.
ResponderEliminarUn beso.
Una historia impresionante, Imilce. Tan de verdad que escuece en los ojos.
ResponderEliminarUn besazo.
Marías habrán muchas, Marías con cojones no sé, pero ojalá hubieran muchas, otro gallo nos cantaría. Muy buen trabajo.
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